Siento no tener otra cosa en la mente, siento no hablar de otra cosa, siento no pasar página, siento si me equivoqué, siento haberte entregado todo, y siento haberme enamorado tanto. Siento tanto derroche de ternura, y siento de nuevo hablar de aquel rato, de aquella noche, en que de nuevo para no cruzar esa ínfima linea que separan nuestras bocas, me ofreces tu nariz para que la bese, aprovechar esa ofrenda para acariciarte toda la cara con mi nariz. Mi nariz deslizándose por la tuya hacia abajo, acariciando tus labios, tu cara, tu frente...
Amarnos, amarnos en la distancia y también en la cercanía, a esa distancia tan íntima que los ojos se cierran para dar fuerza al tacto, a los sentidos que no se sienten y no tienen nombre sino en el alma, a eso que se siente y no es un sentido sino un sentimiento, a volver a sentirte muy cerca aunque no seas mía, aunque yo no sea tuyo, y seamos nuestros, el uno del otro por un instante, cuando los ojos permanecen cerrados y mi nariz estudia con delicadeza y a ritmo lento tu geografía.
Un muro, una valla metálica, una reja, un istmo de tierra entre una isla y una capital de provincia es lo que nos separa, a nosotros, como cuerpos físicos. Porque lo que llevo dentro, lo que sé que tu llevas dentro, eso sigue junto, eso no lo separa una porción de tierra, ni una porción de tiempo y espacio, ni una barrera invisible entre nosotros, eso es una cosa que está viva, y sigue ahí, y aún cuando te veo, me lleva a ti, a mirarte, a estudiarte, a cerrar los ojos...
A seguir mirándote, besándote, haciendo que te acerques a mi, respirándote cerca, sintiendo tu calor, tu cariño... Besando tu nariz, tu mejilla, y porque no, a veces también tu boca, y derribando esa barrera de nuestras mentes, porque donde manda patrón, no manda marinero, y donde manda el corazón, la razón no tiene nada que hacer. Por eso ese momento es mágico, y por eso lo recuerdo, porque eras tú, mi amor, y nuestro amor lo que propició dicho momento, y lo que llevo adentro.
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